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jueves, 4 de julio de 2024

Historia familiar de nuestros gatos 1

Desde que tengo memoria, siempre ha habido algún gato en casa. Y quisiera dejar por escrito el recuerdo de tantos gatos que nos han acompañado en nuestra vida familiar y que han hecho de nosotros personas más sensibles, más defensoras de la vida y más conectadas con la Naturaleza y el Reino Animal. 


Hoy quiero comenzar una nueva sección dedicada a recordar a todos esos amigos felinos que han formado parte de nuestra historia familiar. 

Para empezar, a modo de prólogo, recordaré a Cochise. No puedo aportar foto, porque es un amigo peludo que perteneció a la infancia de mi madre, la abuela Celina. Cochise llevaba el nombre de un gran jefe de la tribu de los Apaches en el siglo XIX y vivía en la casa de enfrente de mi madre, cuando ella era una mozuela. Nos contaba que se trataba de un gato muy listo, que respondía por su nombre, que se paseaba por la plaza de Zurradores (Sevilla) y dormía en los zaguanes frescos de la misma. Lo más característico de Cochise era que hacía pipí en la taza del váter de sus dueños (en realidad, una taza turca). Mi madre lo contaba de tal modo que nos partíamos de risa y le pedíamos que nos repitiera anécdotas del aquel vecino gatuno una y otra vez.


La plaza de Zurradores en la actualidad.
En la casa amarilla que hay a la derecha
pasó mi madre su infancia y juventud, hasta que se casó. 

En casa del abuelo Helio también había un gato, según nos ha transmitido. Este gato compartió hogar con mis padres, los tíos Satu y Lalo y los abuelos Euardo y Concha. Era un gato grande, blanco y negro, que se llamaba Nini. También tenía la particularidad de saber hacer pipí en el váter, sin manchar nada. Era un gato pachón y muy querido por mis padres en aquellos primeros tiempos de casados.

A la izquierda, tita Satu sosteniendo a Marco de 3 meses.
A la derecha, Abuela Celina sosteniendo a Nini.
Principios de 1958


Siendo yo una niña, cuando nos vinimos a vivir a Badajoz, mis padres alquilaron un chalet en la calle Valladolid. Era un chalet muy grande, con dos bonitas palmeras en la entrada. Tenía una escalera que a mi me parecía la de un palacio (seguramente no era tan fastuosa, pero a mi me lo parecía). La casa tenía jardín delantero, patio y lavadero, además de otras dependencias que mi padre usaría para su trabajo. 

Al patio se accedía por la puerta de la cocina y tenía un banco de piedra adosado a la pared que mi madre usaba como mesita a la hora de nuestras comidas, haciendo que nos sentáramos en una sillita pequeña y poniendo unas servilletas a modo de mantel, bajo los platos. 


En aquel patio transcurrían muchas horas felices de la familia. Recuerdo que las mañanas de verano eran especialmente frescas y agradables. Y, por supuesto, en aquella casa había gatos. 

Mikerino y yo, 1967

En el lavadero de aquel chalet también dio a luz una gata negra, callejera, muy arisca, a la que mi madre llamaba Zapa, de Zapaquilda, como la protagonista de La Gatomaquia de Lope de Vega.. Esa gata nunca formó parte de nuestra familia, aunque sí nos visitaba de vez en cuando. Sus hijos se quedaron con nosotros y formaron parte de nuestra familia y, ahora, de nuestros recuerdos.

Mi padre, el abuelo Helio, que era un gran aficionado del mundo egipcio, les fue poniendo nombres a aquellos gatos recordando a las grandes pirámides de Giza. Había uno atigrado y pequeño al que llamábamos Kefrén. Y otro atigrado y blanco, que era muy dócil y bueno, que se llamaba Mikerino. El blanco y negro se llamaba Keops, pero a fuerza de llamarle con cariño, fue tornando su apelativo a Keosete

Miquerino pasaba largas horas en el despacho en el que el abuelo trabajaba.


Más tarde, tuvimos un gato gris y blanco al que llamaron Zapirón, como el protagonista de la fábula de Samaniego "Los gatos escrupulosos". Con el tiempo, su nombre cambió a Longo, porque al ser un gato con un porte muy alargado, mi madre le llamaba Zapilongo y de ahí, simplificamos en Longo. El Longo era un gato muy bueno, familiar y cariñoso. Lo perdimos al mudarnos al piso de la calle Figueira da Foz, pues ahí no tenía acceso a los tejados y a la calle, como en el anterior domicilio. Lo veíamos por los tejados cercanos, por la calle. De vez en cuando volvía a casa, hasta que un día ya no volvió mas.



Y estos son los gatos mi infancia, en la que también hubo algunos perros, como Toby y Deny. La vida se fue complicando y los animales de compañía fueron siendo cada vez más pequeños (canarios, periquitos, galápagos, gorriones...). 

Pero todo volvería a su ser gatuno, porque el destino no nos iba a dejar sin nuestros amigos felinos, suaves y ronroneantes.