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domingo, 25 de noviembre de 2012

La nueva vida de Electrón, el gato de Schrodinger

Los nuevos dueños de Electrón, el gato de Schrödinger, me han mandado una foto suya hace unos meses. Ya tiene dos años, y vive como un marajá con dos niñas que lo quieren muchísimo, y que le han puesto de nombre Sami.

domingo, 22 de julio de 2012

El gato de Schrödinger

Una mañana de noviembre tuve la oportunidad de conocer la paradoja del gato de Schrodinger en primera persona. Iba yo tan tranquila a Badajoz, cuando, por la modorra, me equivoqué de camino y me metí por donde no era. En esto que me da por mirar los coches del carril de al lado, y casi se me para el corazón cuando veo una bolita de piel (como diría Sheldon) de color amarillo, sobre la que están pasando todos los coches de la hora punta matinal. Un gatito de tres meses, asustadito, inmóvil, entre todo el tráfico de entrada de la ciudad.

Así que puse las luces de emergencia y me preparé para bajarme para recogerlo y al menos apartarlo de la marea de coches, cuando me veo que le pasa por encima un autobús. En ese momento me temí lo peor. Y es aquí donde entra la ecuación de Schrodinger: desde el momento que le cubrió el morro verde lima del autobús hasta que terminó de pasar, el gatino tenía las mismas posibilidades de estar vivo, que de estar muerto, vamos, que era como si estuviera vivo y muerto a la vez. Intenté mentalizarme de lo que podía aparecer cuando pasara el autobús infinito aquél, pero no fui capaz. Lo único que podía pensar era que por favor, que no se moviera ni un pelo, que se quedara quieto... y eso hizo, por suerte. Tras el bus pasó otro coche y ya (¡por fin!) se puso el semáforo en rojo y se quedaron los coches quietos. Me lancé fuera del coche y le pedí al que había posado su morro sobre el gatín que echara un poco para atrás, y en cuanto me llegó el brazo lo agarré con la mano y lo metí en La Forgu.

Así que ha vuelto a nacer. No estaba ni mojado, con la que ha caído estos días, así que pensamos que se ha podido escapar de alguna casa, porque está muy gordito y muy sociable.; sabe hacer sus cositas solo si se le enseña la gravilla y come pienso "de loz pequeñoz". El problema es que en el lugar donde me lo encontré no había casas, sino un polígono industrial.

Ya tiene dueño, el viernes irá a su nueva casa, con una niña que la semana pasada nos pidió un gatito. Electrón, como lo bautizó Mugen esta mañana, tiene 3 meses y aunque lleva solamente unas horas en casa, ya nos hemos encariñado con él. Será una despedida triste el viernes :(




¿Vosotros pensáis que las casualidades existen?

viernes, 20 de julio de 2012

Gatuchi

Sabía que habría un momento en el que tuviera ganas de contar esto. Pero nunca imaginé que llegaría así.
El Gordito, que hace ya un par de años que de gordo sólo le quedaba el nombre, tenía ya 19 años, e iba para los 20. Vino a nosotros un soleado día de primavera, allá en el año 91, cuando todavía vivíamos en Cáceres. Habíamos ido a pasar el día al campito que teníamos allícerca, en el Casar de Cáceres. Yo tenía apenas 3 años, y mi hermano Nekei no llegaba a 1.
De repente, mientras comíamos la rica tortilla de patatas en la mesa de camping, vi un gato en lo alto de la tapia. Recuerdo que me entusiasmé al comprobar que era la primera en verlo, y más cuando el gato bajó y estuvo haciéndonos carantoñas.
Le dimos tortilla y caricias; parecía un macho joven, del año anterior. Todo era hacerle fiesta y gracias.
El momento de tensión llegó cuando el gato, aún innominado, se levantó sobre sus patas traseras y se asomó al carrito de mi hermano a curiosear. Nekei, como buen bebé que echa mano de todo lo que se le pone al alcance, agarró su oreja con fuerza y cara de alegría. Todos contuvimos la respiración (bueno, yo no, no sabía las implicaciones que podía tener aquel gesto) y esperamos el inminente zarpazo.
El gato no se movió. Se convirtió en piedra aquellos interminables segundos que mi hermano estuvo tirando de su oreja. Ni siquiera hizo un gesto de apartarse.
Cuando Nekei lo soltó, y todos volvieron a respirar, decidieron que era el gato más bueno del mundo. Y que si no era de nadie, nos lo quedábamos.
Mis padres estuvieron preguntando por la urbanización y los alrededores, pero no encontraron al dueño. Así que cuando abrieron las puertas del coche, y el gato saltó dentro, la decisión era irrevocable.
Lo bauticé como Gatuchi, alias El Gordo (bueno, el alias vino cuando lo castramos...)
Desde entonces, siempre me ha acompañado a todas las ciudades en las que he vivido, que han sido unas cuantas.
Ha estado conmigo todas las noches, hasta el punto que me resultaba difícil conciliar el sueño si no lo tenía en la cama. Me costó mucho acostumbrarme a dormir sola cuando empezó a estar enfermo, y tenía que dormir en el lavadero.

Me buscaba cuando estaba enferma y se acurrucaba junto a mí, me recibía al llegar a casa con el inconfundible gesto de bienvenida que es el rabo tieso y la puntita doblada hacia delante, soportaba con paciencia cuando jugábamos con él, lo perseguíamos o lo enterrábamos en coches...
Le gustaba subirse a todas las barandillas; en Cáceres se cayó de un cuarto piso y se fracturó el fémur (la segunda vez que se cayó); desde entonces ha tenido un clavo de titanio en la pata; en el piso de Granada no llegó a caerse, pero siempre lo temimos (no es lo mismo un cuarto en un barrio tranquilo que un séptimo en el centro); en Armilla volvió a caerse de otra barandilla, esta vez desde la escalera de la casa. Parece que aprendió, porque en el resto de casas no volvió a subirse a barandillas...
Le encantaba salir, escaparse de casa, y luego teníamos que ir a buscarlo al maizal que había frente a mi casa en Armilla. Cuando nos mudamos al campo, yo tenía miedo de que se fuera para siempre, pero los gatos son listos y saben dónde está su hogar.
Disfrutaba paseándose por el río, entre las avenas locas, en el huerto, en los jardines;

tomar el sol en las aceras o en los bancos, junto a los demás; dormir en los lugares más inverosímiles y aparemente incómodos (porque ya lo dice la primera ley de Hobson, un gato será capaz de encontrar el lugar más confortable en una habitación elegida al azar)y dormir con las personas...






Entre tantas mudanzas, cambios de colegio, de ciudad, de ambientes, siempre me había preguntado si todo lo anterior no había sido un sueño.
Él siempre había estado allí, era inmutable; mis padres cambiaban, yo cambiaba, mi entorno cambiaba, pero él no. Siempre ha sido la única línea constante en el horizonte, el único hilo que aún me ponía en contacto con mi pasado mutante, hasta que mi presente se hizo pasado y mi pasado se hizo recuerdo.
Y ahora, se ha ido.
Aun no puedo comprender qué me hizo volver de Granada un día antes, a pesar de que tenía planes para el sábado por la mañana, una inmersión, o quizás una sesión de jiu-jitsu con mis amigos. Pero me quitaron el examen del viernes y además mi madre estaba dispuesta a bajar a Sevilla a recogerme, así que me subí antes, aunque no sabía nada del estado del Gordito. Y él me esperó hasta que volví, y me pude despedir de él. Ronroneó al verme y quiso levantarse, pero las fuerzas le fallaron.
No puedo evitar sentirme vacía. Se ha ido.
Y esta vez no va a volver.

miércoles, 18 de julio de 2012

El Pelu se ha roto una pata



El Pelu ha vuelto a romperse el fémur. No sabemos cómo ha sido, pero notábamos que lloraba mucho, cojeaba más de lo normal y cuando quería rascarse con la pata derecha se gruñía a sí mismo y maullaba. Esta vez lo llevamos enseguida al veterinario, y no hubo que anestesiarlo para hacerle la radiografía, se quedó muy quietecito.

Radiografía del Pelu. 4/7/12

Según Lola, la veterinaria, el fémur se había soldado solo, pero por alguna trastada que habría hecho, se le ha vuelto a romper. Además, se puede apreciar que en el rabo hay una lesión, probablemente herencia de algún antepasado siamés.

En la radiografía anterior, del 2009, un mes después de la fractura, se ve que la cabeza del fémur ya había empezado a soldarse y a formar un "callo". Así ha aguantado tres años, saltando, trepando a los árboles, cazando y pegando carreras por el campo, sin ningún problema. 


Así que la veterinaria le pinchó un antiinflamatorio y un analgésico, y nos dijo que tenía hacer reposo. ¿El Pelu? ¿Reposo? Son dos conceptos que no se pueden ver juntos. El máximo reposo al que le pudimos obligar fue encerrándolo en casa, por donde seguía trotando, jugando y enredando, hasta que se aburría y por lo menos se echaba a dormir un rato.

A los 15 días volvimos para que lo viera, y cuando le dijimos que seguía tan activo como siempre y que ya no se quejaba, se descartó la posibilidad de operarlo y ponerle una prótesis, sobre todo, porque el pos-operatorio iba a ser muy complicado, ya que probablemente no fuéramos capaces de obligarlo a mantener el reposo sin causarle un gran estrés.




viernes, 13 de julio de 2012

Pirri, con gingivitis

El pobre Pi ha estado malito otra vez. Llevaba unos días asustadizo, que no pedía de comer, y apenas entraba en casa. Pero anoche intentó comer pienso y pegó un salto enorme, tirando todo el cuenco por la cocina. Le seguí y le puse lata de la que quedaba del Gatuchi, y se la comió con mucha hambre. El decir que se la comió ya quería decir que tenía mucha hambre, porque nunca le ha gustado.

Así que hoy lo hemos llevado temprano al veterinario. Lo han anestesiado para poderle mirar la boca, y hemos visto que apenas le quedan muelas, y la encía está fatal, retraída casi medio centímetro de los colmillos. En cuanto Jorge, el vet, se las tocó, el Pi le pegó un mordisco (anestesiado y todo) y le empezaron a sangrar. Así que decidieron que había que hacerle una limpieza bucal (como los dentistas) y pincharle antibióticos y analgésicos para que pudiera volver a comer. 

Me puse la bata de prácticas para poder ayudar a Lola, la veterinaria, mientras ella iba preparando la máquina del isofluorano para anestesiarlo un poco más, y el aparatito de ultrasonidos de dentista con el que le iba a limpiar los dientes.

Había que intubarlo, porque el aparato suelta agua, y podría aspirar algo. Pero en cuanto le infló el balón, dejó de respirar. Con un fonendo comprobó que le corazón seguía latiendo, así que le desinfló el baloncillo a ver si volvía a respirar. Mientras tanto, Jorge entró y empezó a reanimarlo, apretándole el pecho para estimular que volviera a respirar. El Pi hacía un par de inspiraciones pero luego volvía a dejar de respirar. Después de unas cuantoas veces, ya empezó a respirar solito. Pero Lola no quiso volver a intubarlo. Decía que era muy normal que les pasara eso a los gatos, pero que no lo iba a volver a intentar.

Así que la solución fue poner el limpiador al mínimo y meterle una gasa en la boca para absorber el agua (y la sangre) que pudiera caer. Yo sujetaba la cabeza del Pi y le retraía el labio con un palito que me dio Lola para eso, mientras controlaba la respiración con la mano sobre su costado.

Después de un rato, y del susto, acabamos. como no se deja dar pastillas, quedamos en que al día siguiente habría que traerlo para darle un chute de antibiótico. Mientras, el Pi no quería despertarse. De vez en cuando hacía el intento de moverse, pero luego seguí durmiendo, tan a gusto. Me dijo Jorge que la postura en la que mejor respiraban los gatos, los humanos, y los animales en general, es de costado, así que lo mantuve en postura de "seguridad". Lo arropamos con su toalla y una manta que me dejó Lola, ya que la anestesia baja mucho la temperatura. Al rato la comprobamos y estaba en 34ºC, cuando lo normal en un gato son 38ºC. Se le notaban las orejas y las patitas frías, y la nariz muy blanquita. Tenía el reflejo parpebral (el del párpado, cuando le tocas cerca del ojo) y a veces movía una pata como para recolocarse. Nos fuimos después de dos horas esperando a que se despertara, y en el camino ya empezó a maullar. Luego por la tarde lo sacamos del transportín y lo vigilamos. Como lo único que hacía era tumbarse a dormir (primero, al sol, y luego a la sombrita), lo dejé y salía cada 10-15 minutos a vigilarlo. Cada vez que salía estaba durmiendo en un sitio distinto. Pero al caer la noche ya no se tambaleaba al andar y se veía más despierto.

Al día siguiente, ya pudo comer pienso sin problemas. ¡Y no quiso volver a oír hablar de la lata (a pesar de que llevaba 24h sin comer)!