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sábado, 3 de agosto de 2024

Historia familiar de nuestros gatos 2



Finales de 1984 o principios de 1985. Guillermo y yo ya estábamos preparando nuestra boda para la próxima primavera. Yo aún vivía en casa de la abuela Celina y aquella tarde subió a casa la hija de una de nuestras vecinas. "Que si queréis un gato, que dice mi madre que no me lo puedo quedar..." 


¡Tardamos poco tiempo en acogerlo y añadirlo a nuestro ajuar, pensando que pronto compartiríamos hogar y en él no podía faltar un amigo gatuno! La gata, pues se trataba de una hembra, era negra, con un pelo brillante y muy suave. Su carácter no era muy apacible, pero no nos extrañó. Venía de algún lugar en el que no había sido querida. 


¿Qué haríamos con aquella gata, si aun no teníamos preparado nuestro propio hogar? En mi casa no se podía quedar, pues en esos momentos teníamos una perrita y pensamos que no sería buena idea. Entonces consultamos con Emilia, mi suegra, que se quedó muy contenta con la gatita ya que hacía poco había perdido a su última compañera felina. Nosotros la llamamos Tula, porque hacía poco que habia leído La tía Tula, de Unamuno,  y porque a mi suegra le hacía mucha gracia llamarla Gertrudis. 


Tula jugando con Pupufa, la perrita de mis suegros

Visitando a Tula en casa de la abuela Emilia

Mi señora suegra se encariñó de tal modo con la gata que, cuando a los pocos meses nos casamos y quisimos llevárnosla, nos dijo que de eso nanai, que esa gata ya estaba habituada a ella y viceversa. Así que se la dejamos sin problema y seguimos con nuestra vida. Pero aquella soledad duraría poco. Pronto llegaría Kachiri a nuestras vidas.


Kachiri, el día que la adoptamos

Otoño de 1985. Guillermo y yo ya estábamos casados y vivíamos en Cáceres. Veníamos todos los fines de semana a Badajoz, a ver a la familia y a los amigos. Aquel domingo por la tarde, estábamos en casa de mi madre y llegó Ignacio, que entonces era novio de mi hermana Celina. Traía entre sus manos un cachorrito gatuno, hijo de una gata que vivía en los tejados de casa de su madre. La gatita era preciosa, tricolor y con esos ojos que solo ellos saben poner y que expresan "llévame y te querré siempre". 

De nuevo sucumbimos a las artes de engatusamiento propias de estos pequeños felinos. Nos enamoró al instante y nos la llevamos sin pensarlo dos veces. Yo tenía una cestita y allí la acomodamos para llevárnosla a nuestra casa. Ese es el momento de la foto de arriba. Nos acompañó durante 13 años. Fue siempre una gata bastante loca y celosa, incluso agresiva a veces, pero la quisimos muchísimo. 


Respecto al nombre, cuando la adoptamos, teníamos muy reciente la peli "La selva esmeralda", que se había estrenado en agosto de 85. Una de sus protagonistas era una indígena llamada Kachiri. Nos gustó mucho el nombre para nuestra gatita y así la llamamos.



Uno de los entretenimientos favoritos de Kachiri:
trepar por la cortina y subirse a la galería o al cajón de la persiana

Uno de los mejores momentos del día, con Kachiri acomodada junto a mi






jueves, 4 de julio de 2024

Historia familiar de nuestros gatos 1

Desde que tengo memoria, siempre ha habido algún gato en casa. Y quisiera dejar por escrito el recuerdo de tantos gatos que nos han acompañado en nuestra vida familiar y que han hecho de nosotros personas más sensibles, más defensoras de la vida y más conectadas con la Naturaleza y el Reino Animal. 


Hoy quiero comenzar una nueva sección dedicada a recordar a todos esos amigos felinos que han formado parte de nuestra historia familiar. 

Para empezar, a modo de prólogo, recordaré a Cochise. No puedo aportar foto, porque es un amigo peludo que perteneció a la infancia de mi madre, la abuela Celina. Cochise llevaba el nombre de un gran jefe de la tribu de los Apaches en el siglo XIX y vivía en la casa de enfrente de mi madre, cuando ella era una mozuela. Nos contaba que se trataba de un gato muy listo, que respondía por su nombre, que se paseaba por la plaza de Zurradores (Sevilla) y dormía en los zaguanes frescos de la misma. Lo más característico de Cochise era que hacía pipí en la taza del váter de sus dueños (en realidad, una taza turca). Mi madre lo contaba de tal modo que nos partíamos de risa y le pedíamos que nos repitiera anécdotas del aquel vecino gatuno una y otra vez.


La plaza de Zurradores en la actualidad.
En la casa amarilla que hay a la derecha
pasó mi madre su infancia y juventud, hasta que se casó. 

En casa del abuelo Helio también había un gato, según nos ha transmitido. Este gato compartió hogar con mis padres, los tíos Satu y Lalo y los abuelos Euardo y Concha. Era un gato grande, blanco y negro, que se llamaba Nini. También tenía la particularidad de saber hacer pipí en el váter, sin manchar nada. Era un gato pachón y muy querido por mis padres en aquellos primeros tiempos de casados.

A la izquierda, tita Satu sosteniendo a Marco de 3 meses.
A la derecha, Abuela Celina sosteniendo a Nini.
Principios de 1958


Siendo yo una niña, cuando nos vinimos a vivir a Badajoz, mis padres alquilaron un chalet en la calle Valladolid. Era un chalet muy grande, con dos bonitas palmeras en la entrada. Tenía una escalera que a mi me parecía la de un palacio (seguramente no era tan fastuosa, pero a mi me lo parecía). La casa tenía jardín delantero, patio y lavadero, además de otras dependencias que mi padre usaría para su trabajo. 

Al patio se accedía por la puerta de la cocina y tenía un banco de piedra adosado a la pared que mi madre usaba como mesita a la hora de nuestras comidas, haciendo que nos sentáramos en una sillita pequeña y poniendo unas servilletas a modo de mantel, bajo los platos. 


En aquel patio transcurrían muchas horas felices de la familia. Recuerdo que las mañanas de verano eran especialmente frescas y agradables. Y, por supuesto, en aquella casa había gatos. 

Mikerino y yo, 1967

En el lavadero de aquel chalet también dio a luz una gata negra, callejera, muy arisca, a la que mi madre llamaba Zapa, de Zapaquilda, como la protagonista de La Gatomaquia de Lope de Vega.. Esa gata nunca formó parte de nuestra familia, aunque sí nos visitaba de vez en cuando. Sus hijos se quedaron con nosotros y formaron parte de nuestra familia y, ahora, de nuestros recuerdos.

Mi padre, el abuelo Helio, que era un gran aficionado del mundo egipcio, les fue poniendo nombres a aquellos gatos recordando a las grandes pirámides de Giza. Había uno atigrado y pequeño al que llamábamos Kefrén. Y otro atigrado y blanco, que era muy dócil y bueno, que se llamaba Mikerino. El blanco y negro se llamaba Keops, pero a fuerza de llamarle con cariño, fue tornando su apelativo a Keosete

Miquerino pasaba largas horas en el despacho en el que el abuelo trabajaba.


Más tarde, tuvimos un gato gris y blanco al que llamaron Zapirón, como el protagonista de la fábula de Samaniego "Los gatos escrupulosos". Con el tiempo, su nombre cambió a Longo, porque al ser un gato con un porte muy alargado, mi madre le llamaba Zapilongo y de ahí, simplificamos en Longo. El Longo era un gato muy bueno, familiar y cariñoso. Lo perdimos al mudarnos al piso de la calle Figueira da Foz, pues ahí no tenía acceso a los tejados y a la calle, como en el anterior domicilio. Lo veíamos por los tejados cercanos, por la calle. De vez en cuando volvía a casa, hasta que un día ya no volvió mas.



Y estos son los gatos mi infancia, en la que también hubo algunos perros, como Toby y Deny. La vida se fue complicando y los animales de compañía fueron siendo cada vez más pequeños (canarios, periquitos, galápagos, gorriones...). 

Pero todo volvería a su ser gatuno, porque el destino no nos iba a dejar sin nuestros amigos felinos, suaves y ronroneantes.





miércoles, 15 de mayo de 2024

¡FELIZ CUMPLEGATOS!

Hoy cumplen 10 años los hermanitos gatunos. Cuatro de los cinco que formaban la camada.



Recuerdo, como si fuera ayer, el día que los encontramos. Era 15 de mayo de 2014 y nos encontrábamos bastante abatidos por unas noticias médicas nada halagüeñas. Al volver a casa tras la consulta, Guillermo y yo nos quedamos en el jardín abrazados y llorando. Pero un pequeño sonido llamó nuestra atención. Era un maullido pequeño que provenía de la zona de la barbacoa. Nos acercamos y descubrimos una imagen tan tierna que nos hizo sonreír en medio de aquel dolor. En un cubo había una gata con cinco cachorritos de muy pocos días. ¡No nos lo podíamos creer! 

Fira era el nombre de la gata madre, que pertenecía a nuestra vecina Mari Cruz. En su casa había tantos perros y gatos, que parece que la gata había buscado un lugar tranquilo, en nuestro jardín, para dar a luz a sus criaturas. Y allí estaban revolviéndose por el cubo sin sentido espacial alguno, mamando, maullando y siendo continuamente atusados por su mamá gata. 


Desde entonces, hemos considerado a estos gatos como una cura para nuestra familia. Llegaron en un momento muy especial de nuestras vidas y aún nos acompañan hoy cuatro de ellos. Nos aportaron alegría, vida, esperanza, ilusión. Y eso se lo agradecemos cada día con nuestro amor y cuidados. 

Sus nombres son: Gunter, Yoru, Pupete, Totoro y Cuscús. Hoy, Totoro nos acompaña desde el cielo de los gatos.

Los demás forman parte de nuestra familia desde hace 10 años y esperamos que por muchos años más. 

¡Feliz cumplegatos!