Una mañana de noviembre tuve la oportunidad de conocer la paradoja del gato de Schrodinger en primera persona. Iba yo tan tranquila a Badajoz, cuando, por la modorra, me equivoqué de camino y me metí por donde no era. En esto que me da por mirar los coches del carril de al lado, y casi se me para el corazón cuando veo una bolita de piel (como diría Sheldon) de color amarillo, sobre la que están pasando todos los coches de la hora punta matinal. Un gatito de tres meses, asustadito, inmóvil, entre todo el tráfico de entrada de la ciudad.
Así que puse las luces de emergencia y me preparé para bajarme para recogerlo y al menos apartarlo de la marea de coches, cuando me veo que le pasa por encima un autobús. En ese momento me temí lo peor. Y es aquí donde entra la ecuación de Schrodinger: desde el momento que le cubrió el morro verde lima del autobús hasta que terminó de pasar, el gatino tenía las mismas posibilidades de estar vivo, que de estar muerto, vamos, que era como si estuviera vivo y muerto a la vez. Intenté mentalizarme de lo que podía aparecer cuando pasara el autobús infinito aquél, pero no fui capaz. Lo único que podía pensar era que por favor, que no se moviera ni un pelo, que se quedara quieto... y eso hizo, por suerte. Tras el bus pasó otro coche y ya (¡por fin!) se puso el semáforo en rojo y se quedaron los coches quietos. Me lancé fuera del coche y le pedí al que había posado su morro sobre el gatín que echara un poco para atrás, y en cuanto me llegó el brazo lo agarré con la mano y lo metí en La Forgu.

Ya tiene dueño, el viernes irá a su nueva casa, con una niña que la semana pasada nos pidió un gatito. Electrón, como lo bautizó Mugen esta mañana, tiene 3 meses y aunque lleva solamente unas horas en casa, ya nos hemos encariñado con él. Será una despedida triste el viernes :(
¿Vosotros pensáis que las casualidades existen?
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